sábado, 30 de enero de 2010

Imagen tras imagen. Era como si mi vida se rebobinara hasta determinada parte, solo para hacerme recordar cada momento vivido con él.
Qué tristeza
lúgubre aportaban esas calles selváticas. El asfalto mojado por la lluvia de media tarde, el cielo de un gris claro, y la llovizna que aún golpeaba el vidrio delantero de mi auto.
No había ni un alma en pena en esa ruta. Me dirigía a un acantilado a unos cuantos kilómetros.
Era algo así como mi lugar predilecto en días como esos, el viento se amontonaba y hacía que mis cabellos bailaran como si alguien los moviese con su mente, y cerrar los ojos daba la impresión de volar.
No sabía con exactitud qué hacer: si guardar su único recuerdo, o dejarlo en el olvido para incluso olvidar su aroma corporal.
Temía. De atreverme a hacerlo y arrepentirme, y que sea demasiado tarde.
Pero claro, siempre es demasiado tarde, siempre me arrepiento de las cosas que hago.
Estacioné a un par de metros de ese espacio que tanto añoraba.
El viento ya comenzaba a mover mis cabellos proporcionándome esa sensación que tanto me gustaba. Pero en esta ocasión no me alegró.
Observé mis manos, quienes resaltaron su blanca tonalidad comparada con el rojizo color de las rocas.
Rocé mi rostro, me mimé de la forma en la que él lo hacía; bajé la mano hasta mi hombro pasando por mi cuello y luego me dirigí al reborde del torso, para luego finalizar en el comienzo de mi bolsillo izquierdo. No quería hacerlo, no quería olvidarlo.
Introduje mi mano y sentí un escalofrío subiendo por mi espina dorsal al sentir la suavidad de aquel pañuelo de tela. Lo tomé cuidadosamente y con fuerza para no permitir que se soltara antes de tiempo por arte del viento, y lo desplegué en su totalidad.
Observé sus puntas, sus arrugas y colores oscuros, para luego acercarlo a mi rostro y hundirme en las profundidades de ese pequeño manto.
Podía volver a sentirlo, podía sentir que me acariciaba como lo hacía antes, sentía su aroma sobre mí, oh Dios, cómo amaba su recuerdo.
Luego de minutos, y que aquella situación me llevara a soltar lágrimas, lo alejé de mí con angustia. Estiré mi mano y observé su movimiento por unos segundos, cuando lo solté.
Mi corazón palpitaba fuerte, mis pantorrillas parecían temblar a coro con la continuidad con la que el viento movía mis cabellos.
Titubeé por unos segundos y miré mi mano como si hubiese cometido el peor crimen. Qué había hecho, cómo me había permitido hacer eso, borrarlo de mi vida de esa forma, sin recuerdos, memorias, no, cómo podría yo continuar sin él, cómo yo…
Ese fue el momento en el que me di cuenta que no podía dejar que ocurriera, porque sabía que mi vida dejaría de ser vida sin mi mente en su mundo, ya no tendría nada, no tendría ni la esperanza… ese fue el momento en el que me dejé caer.
Sí,
me había arrepentido completamente de haber soltado ese pañuelo.